Los niños menores de 12 años estuvieron encerrados 19 horas, -de la una de la tarde a las 8 de la mañana del día siguiente- en una cisterna de agua de la iglesia del pueblo. Cuando comenzó la balacera recibían sus lecciones de catecismo. El trabajador del hospital y el clérigo impidieron que salieran corriendo del templo para evitar que una bala les pegara en medio del nutrido tiroteo.
Los 16 niños forman parte de los desplazados que aún se encuentran en el auditorio municipal de Chichihualco. Ahí, los padres y madres externaron que es “urgente” que las autoridades de educación y del gobierno del estado solucionen el problema de la inseguridad, porque sus hijos no reciben educación ni atención médica.
Chilpancingo, Guerrero, Un trabajador del Hospital Básico Comunitario de Filo de Caballos y un sacerdote salvaron la vida a 16 niños el 11 de noviembre, cuando irrumpieron los policías comunitarios de Heliodoro Castillo en ese municipio de la sierra de Guerrero.
Los niños menores de 12 años estuvieron encerrados 19 horas, -de la una de la tarde a las 8 de la mañana del día siguiente- en una cisterna de agua de la iglesia del pueblo. Cuando comenzó la balacera recibían sus lecciones de catecismo.
El trabajador del hospital y el clérigo impidieron que salieran corriendo del templo para evitar que una bala les pegara en medio del nutrido tiroteo. Un mes después el empleado de salud recuerda que los niños, aterrorizados, gritaban: “nos van a matar, nos van a matar”.
El trabajador del hospital dijo ue los comunitarios no respetaban porque hasta las torres de la iglesia recibieron disparos, y que eso les dio más miedo. Foto: Lenin Ocampo, El Sur
Los 16 niños forman parte de los desplazados que aún se encuentran en el auditorio municipal de Chichihualco.
Los que asistieron a su doctrina para su confirmación son de 7 a 12 años, con ellos había dos religiosas, un sacerdote y el trabajador del hospital de Filo de Caballos.
El empleado cuenta que no había relatado la historia porque el sacerdote todavía estaba en Filo de Caballos y lo pondría en riesgo, pero la semana pasada supo que ya salió del pueblo.
Contó que el 11 de noviembre vivió una “tristeza muy grande” porque los niños lloraban y pedían a gritos que los sacaran de la iglesia, “nos van a matar aquí”, decían.
Explicó que entonces el sacerdote y él decidieron meterlos en una cisterna vacía que se encuentra atrás de la iglesia, “allí les salvamos la vida a esos niños”.
Dijo que los comunitarios no respetaban porque hasta las torres de la iglesia recibieron disparos, y que eso les dio más miedo.
Contó que permanecieron encerrados desde la una de la tarde que comenzó la balacera hasta las 8 de la mañana del día siguiente.
“Estaban todos entumidos, unos decían que tenían hambre pero qué les dábamos de comer, otros pedían ir al baño y se hacían ahí mismo, fue de verdad triste”.
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Aseguró que en la noche casi no durmieron porque estaban todos apretados y no podía acostarse en el piso, sin cobija y con frío.