“Esa misma noche me vestí para matar… Me puse unos pantalones negros de piel con un top negro que dejaba ver mi abdomen plano, no por el ejercicio, la vida que llevaba me estaba matando. Iría a la discoteca de moda y me ligaría al dueño, del que se rumoraba era un narcotraficante, si lo lograba, mis problemas acabarían pues por un lado, tendría barra libre de drogas y por otro nadie se atrevería meterse con la novia de un narco”, narra Cristy en su libro autobiográfico donde describe su paso por “un mundo de profunda fatalidad al que sobrevivió”.
El libro se publicó en Coahuila con el título “Cristy no sabía amarme” y es una edición particular de la autora, actualmente Licenciada en Psicología de quien reservamos su nombre por cuestiones de seguridad.
Cristy cuenta que se tardó una hora en arreglarse para cazar a su presa. “Cuando estuve lista me dirigí al antro”, el Bar Joy, ubicado en la capital de Coahuila.
“Al llegar me fui directo a la barra, pedí un vodka tonic y me metí al baño a echarme unas líneas. Cuando salí observé el lugar y lo ubiqué a él, o sea, al capo. Estaba sentado en el segundo piso con sus amigos, así que terminé mi trago y me subí en una bocina que estaba junto a su mesa”.
Cristy, en esa época una joven preparatoriana en una escuela privada, añade que se puso a bailar para tratar de seducir al famoso narcotraficante.
Su sensual baile rindió el fruto esperado ya que uno de los “escoltas” del capo la llamó para decirle que “el señor” la invitaba a su mesa.
“Sin pensarlo me dirigí a donde estaba y me senté a su lado. Lo primero que se me ocurrió decirle fue, ‘¡Qué bárbaro pareces mi papá!’. Todos los que estaban ahí me lanzaron miradas agresivas y fulminantes, literalmente uno de sus trabajadores me pisó para que me callara”, escribe en el libro.
No obstante, al capo le pareció gracioso que le dijera “esas verdades en su cara y mostrando la frescura con la que lo hice”, así que el narco se rió y el ambiente de tensión se despresurizó.
“Esa noche la pasé muy bien con él y con sus cuates y mis problemas para conseguir drogas terminaron”.
La presa que Cristy cazó esa noche, por una breve temporada, se llama Juan Manuel Muñoz Luévano alias el “Mono Muñoz”, actualmente preso en los Estados Unidos en donde espera la fecha para que inicie su juicio en la Corte Federal de San Antonio, por los delitos de tráfico de drogas y lavado de dinero, entre otros.
Los antecedentes del “Mono Múñoz” como narcomenudista se remontan a finales de los años sesenta cuando estudió para ingeniero agrónomo en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro.
Su amigos de su generación confesaron que cuando “era chavo vendía mota” en el campus Buenavista.
Al terminar su carrera universitaria desapareció de Coahuila y se asentó en Sinaloa donde incursionó en el floreciente negocio del tráfico de narcóticos.
Para los albores del Siglo 21, la DEA lo ubicó traficando grandes cantidades de cocaína a través de la frontera de Tamaulipas.
En esa época, la Agencia Antinarcóticos lo consideró “un Barón de la droga” que le hacía competencia al “Chapo” Guzmán por las grandes cantidades que traficaba.
Para cruzarla por los recónditos sitios del Río Bravo pagaba piso a Osiel Cárdenas, en ese tiempo el líder máximo del CDG.
Fuentes de la Fiscalía de la Laguna que lo investigaron contaron a Proceso que en una ocasión Miguel Ángel Treviño Morales, “El Z40”, lo capturó y lo torturó debido a que desconocía el acuerdo con Osiel, hasta que llegó Heriberto Lazcano quien ordenó que lo soltaran.
Regresó a Coahuila entre 2002 y 2003 con una fortuna y para el año siguiente empezó a crecer en los negocios con bares, restaurantes, franquicias pero sobre todo con una veintena de gasolineras.
“Era a finales del sexenio de Enrique Martínez y Martínez. Solía juntarse con funcionarios como Daniel Garza Ortiz de Montellano, que era el secretario particular del gobernador”, cuenta uno de sus conocidos quien habló con Proceso bajo el anonimato.
“También con un comandante de nombre Gaspar Ramos Sánchez alias “La Barbie”, que a pesar de no tener un cargo elevado en la estructura de la Secretaría de Seguridad Pública del estado, era muy cercano al titular, Antonio Garza García y muy influyente”, agregó.
“Había varios juniors que se juntaban con Gaspar y el “Mono” en el Bar Carlos & Charlies que con el tiempo compraron los Zetas”.
La bonanza del “Mono”, originario del municipio lagunero de Matamoros, era comentada entre sus conocidos porque anteriormente no se le conoció fortuna.
Durante la administración de Humberto Moreira el “Mono Muñoz” se relacionó estrechamente con Vicente Chaires, secretario particular del gobernador Moreira.
“Pronto Chaires empezó a dejarse ver con mucho dinero y fue acusado de comprar radiodifusoras y otros negocios inmobiliarios inexplicables y por ese escándalo renunció como administrador del CEN del PRI”, describió el entrevistado.
Durante la administración de Rubén Moreira, Muñoz Luévano se asoció con Gerardo Garza Melo en una gasolinera ubicada en el centro de Saltillo.
El «Mono Muñoz», lavador de «Los Zetas», cazado por una joven
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