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29 de noviembre de 2024
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Hermanitos de 9 y 11 años cruzaron solos a Estados Unidos

“Estamos muy felices, gracias, Ilujwal Dios”, expresaron por teléfono Sebastián y Nicolás desde Indiana, Estados Unidos.
Ya no tienen la voz cansada que acompañaba sus miradas nostálgicas después de haber viajado solos de Guatemala hasta Ciudad Juárez, sin comer ni dormir por días. Ya están con su abuelo, van a la escuela y aprenden inglés.
Con 9 y 11 años de edad, los dos guatemaltecos son un reflejo de la niñez migrante en las fronteras.
Temían morir de hambre y frío
Después de dormir dos días junto a la malla fronteriza pudieron ser parte de los 5 mil 372 menores no acompañados que detuvo la Patrulla Fronteriza sector El Paso de octubre a febrero pasados, pero el frío y el miedo a morir de hambre los obligaron a acudir a la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, que en el mismo lapso recibió a más de 50 menores que atravesaron México solos.
Nico y Sebas son originarios de San Sebastián, Guatemala, donde vivían con su mamá, quien argumentó vía telefónica que la falta de empleo, casa y principalmente de comida la orilló a enviar a sus hijos a buscar a su abuelo, quien vive en el estado de Indiana, Estados Unidos.
Con la ayuda de un primo, quien le pagó a un “guía” o “coyote”, el 13 de diciembre del año pasado la mujer les puso un cambio de ropa a cada uno y una manta dentro de una mochila de la caricatura del tren Thomas, los llevó a un camión y les pidió que se cuidaran, recuerda Nicolás.
“Cuídense mucho, mijos”, fueron las palabras que les dijo de frente su madre, quien les hizo aprenderse de memoria los números de teléfono de ella y de su abuelo. Luego les acomodó sus actas de nacimiento en las bolsas de su pantalón de mezclilla.
«¡Corran, tírense al agua!»
Antes de llegar a México el “coyote” los subió a una camioneta y aparentemente los ingresó de manera ilegal, luego los cambió a un camión, los sentó junto a un hombre migrante y les pidió que se quedarán ahí sentados.
Nicolás recuerda que el primer día de su recorrido por México comieron en un restaurante, pero después los bajaron del camión y los tuvieron dos días en algún lugar del país, donde no había techo, les robaron su cobija y permanecieron dos días sin comer, hasta que otro migrante al verlos solos les regaló lo que le quedaba de comida: tres o cuatro tortillas.
El lunes 17 de diciembre finalmente llegaron a Juárez, donde un hombre los subió a un taxi y los mandó hasta el río Bravo.
El taxista los bajó sobre el bulevar Juan Pablo II, a la altura del Libramiento, les pidió que se cuidaran de la Policía local y les dijo “¡corran, corran… tírense al agua!”, recordaron los niños.
Ambos cruzaron corriendo el río, donde el agua que les llegaba hasta la cintura les sacó de sus bolsas del pantalón las actas de nacimiento que habían cuidado durante todo el trayecto.
Pasaron días sin comer
Después, como todos los días lo hacen cientos de viajeros, ya del lado estadounidense los dos niños comenzaron a caminar a la orilla de la malla fronteriza, hasta que encontraron a un grupo de más de 100 migrantes, al que se unieron con la esperanza de entregarse a las autoridades migratorias.
En ese grupo conocieron a Ana, una guatemalteca de 11 años que viajaba con su padre Mario, por lo que se unieron a ellos y a otros dos hombres que iban con sus hijos.
Debido a las temperaturas bajo cero que se registraron esos días en la ciudad, uno de los migrantes les prestó una cobija, prendió una fogata y los acomodó, abrazados uno al otro, para que pudieran darse calor y dormir, narraron Sebastián y Nicolás.
Sin dinero y con el miedo a ser deportados si regresaban a Juárez a buscar de comer, los dos niños y el grupo al que se unieron pasaron dos días sin comer.
El viernes 18 de septiembre un fotógrafo juarense detectó que había más de 100 migrantes junto al río y al darse cuenta que no habían comido llevó pollos rostizados y tortillas, pero el grupo ya estaba escondido en las compuertas, por los que les dejó en la orilla con la esperanza de que los encontraran.
Esa misma noche los pollos y las tortillas fueron encontrados por uno de los migrantes que cuidaba a los dos niños, quien en un principio pensó que se trataba de una trampa, pero al ver que no había nadie los llamó gritando y agradeciendo a Dios por la comida.
“¡Niños, vengan, vengan!, ¡hay comida!, ¡gracias, Dios mío, gracias!, gritaba entre la oscuridad del río Bravo, en el desierto fronterizo, el migrante que encontró la comida, narró Nicolás.
“Comimos mucho pollo, encendimos una fogata y nos divertimos mucho… hoy también comimos pollo”, dijo un día después Sebastián, que no supo que había sido el fotógrafo quien había dejado el alimento.
Esa misma noche agentes de la Patrulla Fronteriza detuvieron a 60 personas del grupo, le dieron prioridad a mujeres con niños y al no saber que Sebastián y Nicolás viajaban solos los dejaron ahí tras explicarles que no cabían más en sus instalaciones.
Según los hermanos, uno de los agentes les dijo a los que se quedaron que se fueran a la Casa del Migrante a descansar, que ahí los iban a ayudar y a darles un número para que pudieran entrar a Estados Unidos, ya que estando a la intemperie podían morir de frío.
Los albergó la Casa  del Migrante
La mañana del 19 de diciembre el mismo fotógrafo que les había dejado la comida convenció a los tres adultos que viajaban con sus hijos que se fueran a la Casa del Migrante.
Nicolás y Sebastián estaban seguros de querer ir al albergue porque aunque ya se sentían cerca de lograr el “sueño americano”, les daba miedo morir de hambre o de frío.
Después de dormir junto a una fogata, el cansancio de una semana de migrar solos y haber pasado en dos ocasiones dos días sin comer, la mirada y la voz de los niños dejaban ver la nostalgia y el temor de estar lejos de su madre.
Al llegar a la Casa del Migrante –dirigida por el sacerdote Francisco Javier Calvillo–, Mario, el padre de Ana, le explicó a las encargadas que encontraron a ambos niños caminando junto al río y desde entonces se hicieron cargo de ellos.
Los menores se ganaron rápidamente el cariño de Rosy, quien los recibió en el albergue católico, así como de Ivonne López de Lara, la coordinadora del Centro de Derechos Humanos de la Casa del Migrante, y de la psicóloga Diana Berenice Ivón Beltrán.
Durante ocho días los niños y los tres adultos que los cuidaron, junto a sus hijos, permanecieron en la Casa del Migrante donde jugaban, les dieron ropa limpia, tres comidas diarias y una cama para dormir.
Nicolás y Sebastián recibieron los números 2 mil 471 y 2 mil 472 en la lista de espera para ser llamados por la Oficina de Aduanas de Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) a fin de poder ingresar a Estados Unidos y solicitar el asilo político.
Regalos de «santa»
El 24 de diciembre los niños conocieron en la Casa del Migrante a un “Santa” estadounidense que les regaló un tubo para hacer burbujas y una pelota roja de plástico, con un pulpo pintado.
“¡Conocimos a Santaclós!”, dijo Sebastián emocionado para luego explicar que sólo lo habían visto en la televisión, pero nunca les había dado regalos.
“Le preguntamos a mi mamá por qué nunca nos había llevado nada, pero nos dijo que porque Guatemala está muy lejos del Polo Norte. Y aquí como ya estamos cerca vino y ahora sí ya nos va a poder encontrar porque vamos a Estados Unidos, que está más cerca del Polo Norte”, contó durante la Nochebuena.
En la Casa del Migrante los niños se decían felices, pero con la esperanza todavía de reunirse con su abuelo. Su mamá les mandó sus actas de nacimiento y la mañana del 27 de diciembre les tocó el turno de cruzar la frontera por el puente internacional Paso del Norte.
Aunque ya se sentía bien, Sebastián todavía estaba tomando medicamento para la tos, por lo que antes de despedirlos en la puerta del albergue para que fueran trasladados por Grupo Beta, Rosy le puso el jarabe a Nicolás en la bolsa de la sudadera, para que le enseñara a las autoridades migratorias qué era lo que estaba tomando su hermano.
Se reencuentran con su familia
Nicolás, quien siempre aseguró que él estaba a cargo de su hermano, cruzó el puente ubicado en la avenida Juárez con la mochila del tren Thomas y dos botellas de agua en la mano, mientras que Sebastián llevaba dos botellas más y su pelota roja con el dibujo del pulpo, la misma con la que ayer jugaron en Indiana, en el patio de la casa de su abuelo.
“Ya casi ya no sirve, se le está saliendo el aire porque jugamos mucho con ella”, dijeron por teléfono los niños, cuya lengua materna es el “chuj”, un idioma indígena, pero ambos hablan bien el español y ya están aprendiendo inglés después de casi un mes en Estados Unidos, aseguraron ayer por teléfono.
Nicolás también platicó que por primera vez se subieron a un avión, al ser trasladados a un albergue y luego con su abuelo.
“Cuando pasamos el puente estuvimos dos días y luego nos llevaron a una casa. Después nos subimos a dos aviones y nos mandaron otra vez como ocho semanas o tal vez un mes a otro lugar donde se iban y llegaban niños. Luego nos subimos otra vez a dos aviones y nos mandaron aquí con mi abuelo”, narró.
Dijo que el día que los entregaron con su abuelo también le dijeron a Sebastián que era su cumpleaños. El pequeño migrante cumplió 10 años, por lo que después de recogerlos en el aeropuerto sus abuelos les compraron galletas y helado.
“Gracias a Dios ya están aquí, llegaron un poco débiles y cansados, pero nosotros queremos ayudarlos, van a la escuela y están felices y tranquilos”, aseguró ayer su abuelo.
Sebastián, quien no sabe cuándo cumplió años, pero recuerda que fue hace cerca de un mes, un día miércoles, dijo que ya sabe presentarse, saludar y despedirse en inglés.
“Estados Unidos es lo que había imaginado, pero aquí cae hielo. Estamos muy felices, llegar es muy difícil, pero estamos muy felices porque vamos a la escuela”, dijeron los niños.
Cuando llegaron con su abuelo le hablaron a su mamá a Guatemala. “Me dijo que le eche muchas ganas al estudio para que pueda salir hablando inglés y no tenga problemas para hablar con los demás”, compartió el mayor de los hermanos, quien después de su travesía como migrante decidió que quería ser policía en Estados Unidos “para ayudar a las personas”.
“Ilujwal Dios”, gritaban emocionados los pequeños a través del teléfono, al decir “gracias” en su lengua indígena a Juárez y a la Casa del Migrante.
Proceso de asilo continúa
De acuerdo con su abuelo, quien trabaja en una fábrica de autopartes, aunque se supone que todavía continúa el proceso de asilo político no le dieron fecha para presentarse a algún juzgado, como ocurrió con Mario y su hija Ana, quienes se fueron a vivir con ellos ya que después de haber sido separados en El Paso, se volvieron a encontrar en otra ciudad de Estados Unidos, donde permanecieron en espera de ser liberados y luego los niños los llevaron con sus abuelos.
“Dios nos enseñó el camino para llegar aquí, estamos bien, muy felices”, dijo Nicolás, quien cumplirá 12 años el próximo 14 de junio.
Según datos de CBP, de octubre a febrero fueron detenidos 26 mil menores de 17 años no acompañados en toda la frontera con México, 48 por ciento más que los 17 mil 501 en el mismo lapso de un año antes.
El mayor incremento fue registrado por la Patrulla Fronteriza sector El Paso, que abarca la frontera de Nuevo México y parte de Texas, donde la cifra aumentó de mil 355 menores no acompañados a 5 mil 372, entre octubre de 2018 y febrero de 2019.
Sin embargo, la mayor cantidad de menores que han sido detenidos sin la compañía de un adulto durante este año fiscal ocurrió en el sector Río Grande, donde la cifra fue de 11 mil 591, 47 por ciento más que los 7 mil 877 de octubre de 2017 a febrero de 2018.
En el sector de El Paso, en octubre fueron detenidos 830 menores migrantes no acompañados, mil 39 en noviembre, 972 en diciembre, mil 14 en enero y mil 517 en febrero.
“Ayer me tocó un chavito de 9 años de Guatemala y le pregunté que dónde estaban sus papás y me dijo que no, que vino solo”, afirmó Ramiro Cordero, vocero de la Patrulla Fronteriza sector El Paso, quien destacó lo común que es detener a niños y adolescentes entre los grupos de migrantes que cruzan el río o la frontera para luego pedir asilo político.
Explicó que cuando detienen grupos grandes de indocumentados la prioridad son los enfermos y los menores no acompañados, a quienes separan inmediatamente del resto.
“Si tiene a un grupo de 100 detenidos y 44 de ellos son menores de edad no acompañados, son separados, procesados, se trabaja con los departamentos de Salud y Servicios Humanitarios del Departamento de Seguridad Interna para que los procesen y los trasladen a los albergues”, dijo Cordero al destacar todos los riesgos que pasan al viajar solos, como poder ser víctimas de los grupos delictivos que les cobran por trasladarlos desde sus lugares de origen hasta el río Bravo.
De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef ), los niños y adolescentes deciden viajar solos para cruzar la frontera por el anhelo de reunirse con sus familiares, mejorar su nivel de vida a través del desempeño de un trabajo y por el deseo de escapar de la violencia familiar o de la explotación sexual.

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