Ciudad de México.- Entre el 1 de octubre de 2017 y el 31 de agosto de 2018, más de un mes antes de la partida de la caravana migrante que mantiene en alerta a toda la región, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos detuvo a 33.123 familias hondureñas. Muy cerca del récord registrado en el mismo período de 2014, cuando las detenciones ascendieron a 34.495, en el marco de una de las peores crisis migratorias en la historia del país.
Además, entre enero y septiembre, 57.000 personas fueron deportadas a Honduras desde México y Estados Unidos. Todo indica que a fin de año se habrán disparado esos registros, luego de que arribe al río Bravo la larga procesión que comenzó el 12 de octubre en San Pedro Sula.
Del Triángulo Norte de Centroamérica, compuesto por Honduras, Guatemala y El Salvador, proviene el 8% de las solicitudes de asilo en el mundo, a pesar de que representan apenas el 0,4% de la población global. La combinación de pobreza, violencia extrema, anomia y falta de oportunidades que caracteriza desde hace décadas a la vida en esos países, especialmente en Honduras, es decisiva para entender por qué tantas personas parecen dispuestas a todo con tal de huir.
Por eso, una simple convocatoria difundida por redes sociales para emprender una travesía hacia Estados Unidos fue capaz de reunir a miles en pocos días. Farhan Aziz Haq, portavoz adjunto de la ONU, cifró la semana pasada en 7.233 el número de integrantes de la caravana. Según el Norwegian Refugee Council, asciende ya a 14.000, considerando las distintas oleadas que se fueron sumando.
LAS RAZONES DE LA CARAVANA
“La migración de Honduras a Estados Unidos no es un fenómeno nuevo. Muchos hondureños han dejado el país, especialmente desde los años 70. Los datos de la Encuesta de Hogares de 2016 indican que 278.000 grupos familiares, 14% del total, tienen al menos un pariente viviendo en Estados Unidos. En número de personas, se estima informalmente que hay al menos un millón, lo cual representa más del 10% de la población actual del país”, dijo a Infobae Andrés Ham González, profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, Colombia.
Sin embargo, a pesar de que la fuga de hondureños es persistente desde hace mucho tiempo, el propio académico admitió que no hay antecedentes de un estallido como el que se está viviendo ahora. “Nunca había ocurrido un éxodo tan masivo. La organización de tantas personas para emprender un camino tan arduo es un llamado de atención para el gobierno del país, y un mensaje para la comunidad internacional”, afirmó.
Una de las razones por las que resulta tan impactante es la hostilidad que espera a los viajantes en Estados Unidos. “A esta caravana ilegal no se le permitirá la entrada”, dijo el presidente Donald Trump el jueves en un discurso desde la Casa Blanca. “Si tiran rocas a nuestros soldados, como hicieron con los mexicanos, yo le digo a nuestros militares que consideren esas piedras como si fueran armas de fuego, como si fueran rifles”, advirtió.
Trump ordenó el envío de 5.239 efectivos a la frontera, y ya hay otros 10.000 preparados para acudir al llamado en caso de que se produzcan desbordes. Pero la esperanza de cruzar sin ser descubiertos, o de acceder a una de las reducidas plazas de asilo, parece ser más fuerte que cualquier amenaza.
“Hay muchos hondureños en condiciones de migrar, pero hay grupos que se encuentran especialmente impulsados a hacerlo. Las personas más pobres son las más expuestas a la violencia y a la ineficacia de las instituciones. Las mujeres y los menores de edad son aún más vulnerables. Adicionalmente, las poblaciones afrodescendientes y LGBTIQ están en situación de particular de vulnerabilidad”, afirmó Jorge Choy-Gómez, doctorando del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin, consultado por Infobae.
La idea de viajar en caravana tiene su lógica. Sus miembros son personas que no tienen absolutamente nada para financiar la expedición ni para defenderse de los múltiples peligros que deben enfrentar. El número, la posibilidad de hacer masa, es su único recurso. En la medida en que sean muchos es más difícil atacarlos, además de que pueden convertir a un proyecto individual en uno colectivo, casi político, capaz de sumar apoyo de diferentes sectores.
Obviamente, no son pocos los que desisten a mitad de camino. El cruce a México fue el primer filtro importante, porque se produjeron enfrentamientos con la Policía. La mayoría cruzó clandestinamente a través del río y sólo algunos lograron permisos migratorios. Pero otros quedaron varados en Guatemala.
Juan Orlando Hernández, presidente de Honduras, envió varios ómnibus para que trasladen a los arrepentidos de nuevo a su país. “Lo que les prometieron los llevó a tomar esa decisión”, sostuvo. No dijo nada acerca de las causas por las que tanta gente siente que no puede vivir en su propia nación.
LA CRISIS COMO ESTADO PERMANENTE
“Bien puede decirse que Honduras es un laboratorio de las migraciones, porque reúne casi todas las causas que dan origen a una emigración compulsiva. Desempleo, bajos salarios, falta de beneficios sociales en salud y educación, pobreza, políticas económicas neoliberales mal aplicadas, inestabilidad política e ingobernabilidad, reelección ilegal y dictadura imperfecta, altos índices de corrupción e impunidad, malos gobiernos, violencia, anarquía, represión y falta de libertad de expresión, y hasta desastres naturales como el huracán Mitch de 1998″, dijo a Infobae Vladimir López Recinos, doctor en estudios del desarrollo e investigador de la migración hondureña en tránsito por México hacia Estados Unidos.
Honduras es, después de Venezuela, el país con más pobres de América Latina. Pero, a diferencia de lo que sucede en la República Bolivariana, donde hay una crisis desatada por un proceso político que se devoró al país, se trata de un fenómeno muy arraigado a la estructura social, que se mantiene a lo largo de los gobiernos.
El 60,9% de la población vive en la pobreza, según datos de la Cepal. Bastante cerca, con 59,3%, está su vecino, Guatemala. La pobreza extrema, que refiere a dificultades severas para alimentarse, afecta al 38,4% de los hondureños. Es mucho más que cualquier otro país de la región.
“Históricamente ,dijo González, la migración desde Honduras hacia Estados Unidos ha respondido a razones económicas. Los salarios que pueden obtener las personas en el país del norte permiten mantenerse y enviar remesas a los familiares que permanecen en Honduras. Usualmente estas remesas son mayores al salario que podrían recibir algunos familiares que permanecen en Honduras si trabajaran, por lo que se han convertido en una importante fuente de ingresos de muchos hogares”.
Lo único que puede ser aún peor que la miseria y la ausencia de oportunidades de progreso es vivir bajo la amenaza de la violencia. En 2011, Honduras llegó a ser el país con la mayor tasa de asesinatos del mundo: 86,5 cada 100.000 habitantes.
“La política estadounidense usó a Honduras como punto estratégico en su lucha anticomunista durante la Guerra Fría. Cuando el conflicto terminó, la falta de profesionalización de la policía civil, en conjunto con las deportaciones de miembros de pandillas desde Estados Unidos, fueron la tormenta perfecta para el incremento de la violencia y la falta de respuesta adecuada de las instituciones democráticas”, dijo Choy Gómez.
En los últimos años la situación mejoró levemente. En 2017 se registraron 3.866 homicidios, que representan una tasa de 43,6 cada 100.000, según datos del Monitor de Homicidios del Instituto Igarapé. Del primer puesto a nivel global cayó al cuarto, detrás de El Salvador (60,1), Jamaica (56) y Venezuela (51,1).
“El país es ruta del narcotráfico, porque queda entre los principales productores en América del Sur y los consumidores en América del Norte. Muchos hondureños aún consideran que el principal problema del país es el crimen y la inseguridad. Parte de la población busca escapar de esta situación saliendo del país”, dijo González.
A la compleja realidad social y económica se suma una política muy convulsionada. El suceso más recordado es el golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya en 2009. Honduras parecía haber encausado el funcionamiento del sistema en los años siguientes, pero fue apenas una ilusión.
“Más allá de la narrativa sobre la inestabilidad política actual, producto del golpe de estado en contra de Zelaya, hay que recordar la ineficiente respuesta política hacia la pobreza, la corrupción y la violencia. Los gobiernos se concentraron en la persecución de las pandillas como causantes de todos los problemas en el país”, sostuvo Choy-Gómez.
El proceso político liderado por Juan Orlando Hernández, del Partido Nacional, profundizó el deterioro institucional. Su primer mandato, que comenzó en 2014, estuvo atravesado por distintos escándalos, como la comprobación de que recibió financiamiento ilegal en la campaña electoral y la sucesión de asesinatos de activistas medioambientales. En 2017 debía dejar el poder, ya que la reelección presidencial no está contemplada por la Constitución, pero logró forzar las reglas para participar de los comicios de diciembre, con complicidad de la Corte Suprema.
“Las más recientes elecciones ocurrieron en 2017 bajo circunstancias de realismo mágico dijo González. La campaña estuvo dominada por una discusión sobre la legalidad de la reelección. El Presidente logró ratificar su elegibilidad, a pesar de que es y sigue siendo inconstitucional. Además, se presentaron demoras largas en el conteo de los votos finales, que empezó perdiendo el mandatario y lo termino ganando. Estos hechos llevaron a protestas masivas durante los meses de diciembre 2017 y enero 2018. Este evento, en conjunto con los altos niveles de corrupción, ha disminuido la confianza en el gobierno, quizás agregando una nueva razón por la cual emprender un viaje largo y dificultoso en búsqueda de mejores condiciones”.
Los comicios estuvieron plagados de irregularidades, pero el Tribunal Supremo Electoral declaró ganador a Hernández por una diferencia de 1.7 por ciento. Salvador Nasralla, el candidato de la Alianza de Oposición Contra la Dictadura, no reconoció los resultados. Tampoco la Organización de Estados Americanos.
Lo cierto es que todos estos fenómenos, algunos más estructurales, otros más coyunturales, son indisociables de la crisis migratoria que está atravesando el país. “Esa marea de gente no es algo que se originó el 12 de octubre de 2018, en la calurosa ciudad de San Pedro Sula, sino que se ha venido dando de manera constante y progresiva. Pero algunos gobiernos, académicos, ONG, organismos internacionales y medios de comunicación no les dieron la debida atención”, afirmó López Recinos.
“El compulsivo flujo migratorio de hondureños y otros ciudadanos centroamericanos continuará. De no cambiar las condiciones de vida, es algo que llegó para quedarse”, concluyó.